sábado, 6 de marzo de 2010

Porque quizás la exiliada no soy yo...

Extranjeros/ Alberto Barrera Tyszka
De pronto tengo la sensación de que estoy en un país extranjero.

No reconozco ni entiendo lo que ocurre.

Siento un desconcierto que, lentamente, va dando paso a una extraña impotencia. Como si de repente hubiera caído en mitad de un país lejano, cuyas costumbres y formas de relación me resultan incomprensibles. Amaneciste en Indonesia, Barrera, ¿qué tal? Un ejemplo: las cadenas. Hay dos cosas que siempre me sorprenden y me dejan con todas las vocales volteadas. Lo primero es ese empeño del Presidente por hacernos creer que todo es repentino, que se trata de algo inesperado. Cualquiera que haya trabajado en radio o televisión sabe que, con suficiente antelación, un despacho público avisa a los medios privados que deben encadenarse a la señal del Estado. Esto hace todavía más patético lo segundo: el sketch que muestra al público de un acto oficial pidiéndole una cadena al Presidente, como la masa desaforada que le grita a Juan Gabriel en un concierto: ¡"Querida"! ¡"Querida"! ¡Canta "Querida"! La escena promueve una forma de placer perversa. Me complace someterte. Me hace feliz obligarte a verme, imponerte mi figura, mi voz. El mismo Presidente, hace pocos días, en un acto público, tras el numerito que acabo de narrar, exclamó lleno de alegría que, cuando eso pasaba, los escuálidos se molestaban y se morían de rabia. El auditorio volvió a aplaudir. Con gozo.

Como si condenar a una cadena a los sectores más pobres del país, que son los que no tienen cable, fuera una victoria política. Que el sufrimiento de los otros sea una forma de la felicidad, no parece una pasión demasiado saludable.

Otro ejemplo: el culto a la personalidad. Con el carisma de Hugo Chávez, el Gobierno ha construido una industria.

Probablemente es la empresa estatal más eficaz, más rentable. Se trata de una desproporción militarmente organizada.

Es un exceso trabucado en rutina. Tanto hablar de marxismo y resulta que Chávez se ha convertido en una mercancía, en la mercancía más importante del socialismo del siglo XXI.

Cuando veo y escucho cómo se comportan algunos compatriotas, suelo quedar demasiado perplejo. Me cruje la identidad. No nos reconozco.

Hay una suerte de postración devota, de constante gimnasia testicular, que me resulta perturbadora. Cada dos o tres frases de pronto, como si fuera normal, aparece una mención, una alabanza. Que si "como usted dice, comandante", blablá-blablablá. Que si esto y lo otro, "gracias a que usted lo ordenó, comandante" y etcétera, etcétera. Que si "no hubiera sido por usted, comandante, que tuvo la idea" y patatín y patatán. Es un protocolo nuevo, que no conocíamos, que no practicábamos. La veneración social. Siempre, además, con el rango militar por delante.

Poco a poco, el vocabulario civil se va borrando del idioma público. Amaneciste en un cuartel, ¿cómo la ves? Antes de que se me acaben las páginas, un ejemplo más: la incoherencia oficial como el orden natural del país. Lo que pasó este jueves puede resultar emblemático. En pleno plan de racionamiento eléctrico, al mismo tiempo que aparece como protagonista de una propaganda en la televisión, el Presidente convoca a un juego de beisbol, a las 7:00 de la noche, donde él departirá deportivamente con más de treinta peloteros venezolanos de las grandes ligas. Menos mal que aquellos sectores del país que, a esa hora, no tuvieron luz, tampoco pudieron ver el espectáculo del gran estadio iluminado en Fuerte Tiuna.

El derroche de vatios es un detalle sin importancia. Porque nada de lo que haga Chávez es contradictorio. Su lógica personal ha desplazado la lógica colectiva. El Presidente puede pedirte que te bañes en tres minutos, puede exigirte que recortes el uso de energía en tu casa, pero también puede organizar una caimanera privada de beisbol, para despedir a los beisbolistas nacionales que... ¡se van a jugar al imperio! ¡Al corazón mesmo del capitalismo que todo lo pervierte y que pasa los días planificando cómo invadirnos!

Las relaciones entre la retórica oficial y aquello que llamamos realidad, por momentos, nos pueden sacar de la geografía. O peor: pueden dejarnos dentro pero con la rara sensación de ser extranjeros en nuestro propio patio. Hay que vivir traduciendo todo: eso que llaman "revolución" es como un golpe de Estado en cómodas cuotas. Cuando mencionan "socialismo del siglo XXI", no trates de comprenderlo: es una expresión muy particular, que no tiene una traducción exacta. Cada día varía su significado. Si escuchas decir que "ser rico es malo", piensa que están diciendo todo lo contrario. De eso se trata. Amaneciste sentado en el absurdo, ¿cómo te sientes?

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