Fui nadadora profesional. Todo lo profesional que se puede ser durante tu infancia y adolescencia. Comencé a nadar muy muy pronto como recomendación para mejorar mi capacidad respiratoria pues el asma desde pequeña decidió que yo le gustaba un montón. Así que mis padres me inscribieron en la esculita de natación más cercana a casa: La UTAL, siglas de la Universidad de trabajadores de América Latina, donde por alguna extraña razón yo solo recuerdo a argentinos, uruguayos y paraguayos.
Mi entrenador era Freddy que me torturó lo que pudo hasta que se dio cuenta que era zurda y desde ese momento todo fue sobre ruedas. Todavía era muy pequeña para recorrer los 25m de la piscina y nuestras clases consistían en hacer largos a lo ancho... quizás por eso, la mayoría de los que luego seguimos en el deporte solíamos destacar por tener vueltas muy buenas. Con el tiempo llegaron grandes momentos. Dejaba de nadar a lo ancho para comenzar a nadar a lo largo y lo mejor de todo, me federaban, lo que permitía participar en magnas competiciones oficiales como la Copa Pollito.
Durante esa época recuerdo que la natación la disfrutaba. Me gustaba ir a mis entrenamientos y en ningún momento recuerdo sentir estarme perdiendo de cosas más interesantes. De una forma u otra lo interesante era ir, lo interesante era ir cosechando éxitos casi de forma vertiginosa. Recuerdo una pequeña pared que hay en mi casa y que mi padre decidió disponer para colocar todas las medallas que iba ganando y que al poco tiempo, comenzaron a estar unas sobre otras de forma caótica pero reflejo perfecto de la pequeña estrella que había en casa.
Y entonces todo comenzó a cambiar, la natación dejó de ser el deporte para convertirse en una responsabilidad y en una obligación. Más allá de que me gustara, sentía como si además hubiese firmado un contrato invisible con mi equipo que te exigía responsabilidad y visto desde el punto social, exclusividad. Sin embargo, la magia no se había perdido por completo, tenía a mi lado a la persona que después de mis padres, o quizás incluso más que ellos, mas me influyó en la infancia, mi adorado entrenador: Rolando Pisarello. Nadie como el supo entenderme en el agua y supo guiarme de forma inteligente hacia metas que con cualquier otro me hubiesen resultado aburridas.
De su mano llegaron los grandes triunfos para una enana como yo como lo fue el batir los récords del 200metros combinado y los 50 espalda de todo tu estado. Recuerdo perfectamente nadar la prueba en el Gustavo Herrera y al salir encontrarme a mi papá esperándome con la toalla y alzándome. La ilusión por el record de repente se esfumó, mi entrenador se acercó y me dijo que no valía o que valía de forma regular ya que debía oficializarse en una piscina olímpica, es decir, de 50metros y no de 25, como lo era mi adorada piscina del Gustavo Herrera. Sin embargo, no hubo que esperar mucho tiempo pues teníamos próximamente la competición en el centro portugués que reunía todos los requisitos y ahí si que volvimos, Rolando y yo a hacer trizas un record que llevaba unos 10 años. Recuerdo la alegría de la gente en la grada al recibir la medalla, recuerdo la sensación de saber que esa gente aplaude por lo que has hecho, recuerdo a la autora del récord anterior, que creo que era de apellido Mejía, acercarse y felicitarme y por supuesto, yo que siempre he tenido la comida como un motivador, la ilusión de cenar esa zona en el carrito Mejicano del Cafetal, tan importante en mi vida, que la primera vez que Jaime fue, lo llevé a que conociera ese maravilloso autobús naranja en el que tantas noches de mi infancia me detuve con mis padres para nuestras celebraciones deportivas.
Y las cosas siguieron. En esa época parecía todo muy fácil. Nunca fui una persona que lo daba todo en los entrenamientos. Al igual que ahora, siempre me dolía algo y al igual que ahora, siempre era verdad...pero el pequeño esfuerzo cosechaba grandes resultados. Quizás la frase que más escuché de entrenadores fue: si entrena así como lo hace, imagínate si lo hiciera bien! En fin, lo mío era capacidades innatas y me aproveché de ello hasta que fue imposible seguir haciéndolo. Los campeonatos estatales seguían surgiendo pero fueron cayendo en una categoría inferior cuando llegaron los nacionales, que representaban el ingrediente extra de no representar a tu club, sino a algo mucho mayor, tu estado. Y de ahí, los siguiente fueron las competiciones internacionales donde eras ¨convocada¨para ser parte de la selección nacional. Junto a Rolando, llegué a los Centroamericanos y de esa competición recuerdo: la emoción de ir a buscar las equipaciones, la concentración de la selección, la entrega de acreditaciones, la inauguración y lo difícil que resultaba para adolescentes empezar a ver a tus usuales rivales de otros estados como miembros de un mismo equipo. Mi rival inmediato solía ser Rosa Barbella y sin embargo en esa oportunidad éramos un equipo, lo que no implica que en la prueba la rivalidad florezca, pero era una forma nueva de enfrentarte al mundo. Recuerdo mi gran prueba, la salida en falso, algo rarísimo en las competiciones en espalda y el disparo de la segunda salida...
Recuedo que llegamos como en todas las finales internacionales muy juntas y la sensación de ver el nombre de Venezuela en las medallas oro y plata. Si, Rosa y yo lo habíamos hecho...
Recuerdo ver hacia la grada buscando la mirada de mi mamá que hasta esa época solía ser de alegría y sentir como Rosa me agarra la mano y juntas la alzábamos en señal de victoria.
Recuerdo todo el protocolo para entregar las medallas y como nos podían matar si no llevábamos el uniforme completo.
Y lo mejor de todo, recuerdo, como la piel se me erizó cuando oímos el himno de Venezuela sonar. Mi segundo puesto por centésimas me sabía a gloria y desde ese momento, no hay vez que no escuché el himno y toda la piel se me ponga de gallina.
Este recuerdo es quizás el último recuerdo positivo que tengo de mi vida como nadadora. Y de ahí a mi posterior retiro quedaban unos 8 años. A partir de ese momento, me caí y tuve una luxación de rótula que me tuvo fuera del agua por unos 7 meses... al volver ya las cosas no eran iguales. La emoción, la ilusión por las competencias nos existía. Todo me parecía un esfuerzo demasiado grande y las recompensas no me resultaban atractivas. Además, Rolando se regresó a Argentina y perdía con eso mi mayor apoyo, porque en cualquier relación deportiva es fundamental que exista química entre deportista y entrenador. Llegó Ollarves que se desesperaba de lo vaga que podía ser y con sus gritos y sus enfados mi comportamiento era cada vez peor. Llegó Lina con la que me llevaba muy bien en el plano personal pero que no me inspiraba en el plano profesional. La solución no solo para mí, sino para ¨los buenos del club ¨ fue pensada por Rolando quien habló con clubes de Caracas para que nos aceptaran y por supuesto, estaban más que interesados, que los puntos en las competiciones, son como el rating en las Tvs. Y así, tras unos nacionales juveniles donde milagrosamente me seguía clasificando, llegamos a otro club que me representó el suplicio más absoluto. De esa etapa prefiero no recordar muchas cosas, fue horrible por muchos aspectos, fue horrible comer casi a diario en el coche porque del colé salía directo para la piscina, con lo que eso implicaba, estando en bachillerato, cuando las reuniones comienzan a ser cotidianas, cuando mis necesidades estaban completamente alejadas del deporte, cuando no le veía sentido y cuando era sencillamente una obligación. Tanto fue el rechazo que me salió una alergia horrible en la pierna y cuando veía que se me comenzaba a curar, me arrancaba las costras dejándome la piel en carne viva para retrasar y retrasar mi incorporación. Creo que en ese punto y con el ingreso a la universidad, entendieron que mi romance con la natación hace años que había terminado y que por el bien de todos, eran preferible hacer separación de bienes y marchar cada uno por su cuenta.
Desde entonces, no más piscina...Tardé literalmente años en plantearme volver a una piscina a hacer unos largos. Creo que lo volví hacer en Torrijos, es decir, mínimo unos 10 años después. En mi cuenta de facebook tengo casi tantas solicitudes de amistades pendientes de personas que pertenecen a esa época como los amigos que están confirmados. Para mí, los últimos años de piscina son algo sencillamente traumático, que prefiero dejar cerrado y no volver a tocar nunca... creo que voy a tener siempre el cardenal, como decimos en Venezuela, el morado... pero mientras nadie lo toque, todo estará bien.
Sin embargo, para mi que me crié en el agua, me desarrollé como persona en el agua es imposible no quedarme como tonta viendo las pruebas olímpicas que aparecen en la televisión... no lo hago nunca con nostalgia, quizás simplemente con la esperanza o mi particular sueño olímpico de que todos los que están ahí lo están porque quieren y no existe ningún contrario invisible que los obligue a permanecer y ser infelices. El deporte sencillamente a mi forma de ver está muy sobrevalorado...aquello de : lo importante es competir, es una patraña como una casa...seguramente además de la cualidades físicas, también se necesitan las emocionales como son la competitividad y la garra, las cuales, salta a la vista que yo no poseo.
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